Hace unos días estaba en clase. intentando aguantar el sueño que llevaba encima. Un sueño de esos que ni un balazo te haría despertar. Y bueno, no sé como, pero en vez de dormir me puse a escribir algo en mi libreta ya que la tenía delante y la estaba hojeando. Le eché ganas y me puse a hacer dos poemas en la clase entera. Son estos
negra seda, blanca alma,
abismo eterno en corto tiempo.
Perlas verdes, prados grises,
grises nubes, verdes lágrimas;
estanque de vastos recuerdos sombríos.
Se acabó la tinta, se perdieron las hojas
en la oscuridad de tus cabellos,
en la blancura de tu faz
se tornaron en lunares que miman tu cuerpo.
Se escondieron tus pupilas,
tras grises sábanas,
tras verdes afluentes
convertidos en jardines que riegas cada noche.
Y esta es la otra que hice después, ya un poco más inspirado:
Por las noches cuento mis días,
por el día cuento mis penas
que tuve todas mis noches.
Las calles solitarias son tan mías,
las estrellas dibujan mis venas
y el brillo lunar lo llevo en mi broche.
Muchas saetas fueron tan frías,
se escondían tras las almenas
y escaparon con su caballo tirando del coche.
Y tú, que mi leve vida absorbías
y que a día de hoy aún envenenas...
El amor que te dí fue un derroche.
Realmente me sorprende un poco que haya escrito un poema libre así, sin florituras y directo. Normalmente mis poemas suelen ser más barrocos y románticos como decía mi profesora de Literatura en bachillerato. No le falta razón, ese es mi estilo. El culteranismo me encanta y aun más cuando logro meterle conceptismo.
A seguir fantaseando en fastuosas épocas lóbregas de antaño que hondo me calan.