Los blancos y dendríticos pasillos tubulares, relucientemente iluminados parecían no tener fin. No había signo alguno de que pudiera existir una puerta, una ventana o algo por el estilo. No parecía existir un rincón de confinamiento ni mucho menos escapatoria. El suelo albino, el techo níveo, y las paredes aun pálidas era todo lo que uno podía contemplar. La totalidad era una mezcla de desasosiego. Era inverosímil ver algo más y apenas mi tan querida sombra se mostraba. Cálido y calmado, insonoro e inoloro era la definición del ambiente.
En una blanca soledad, consternado, mi razonamiento empezaba a fallarme mientras caminaba apaciguadamente al ritmo de los latidos de mi corazón, mientras que mi mirada, fijamente en el fondo del pasillo, la notaba sinuosa, pues ya no sabía dónde mirar. En aquel lugar que me encontraba, el sentido de la orientación es completamente nulo; horrible, aterrador y horripilante es la sensación de permanecer confinado a solas entre tanto fulgor y tanta ausencia. Mientras mis pies estuvieran sobre una superficie, podía denominarla suelo; quizá estuviera caminando helicoidalmente, no lo sé. Pero caminaba.
Entretanto me perdía en el universo de mis andares, doblando por varios pasillos cuyo ambiente seguía siendo el mismo. ¿Estaba yendo en círculos? Sea como fuera, de un momento a otro, la pulsera bajo mi blanca indumentaria empezó a brillar de un color amarillo. Supuse que me estaba acercando a mi destino. De alguna forma, ese extraño artilugio me guiaba sin que yo fuera consciente de ello. De alguna forma... Del mismo modo que brillaba la luz de mi pulsera, empezó a hacerlo también otra en una pared que divisé al fondo. Escudriñé entre la luz que dicho color era azul y parpadeaba un segundo después que mi pulsera. Se turnaban. Me fui acercando sin saberlo, no tenía donde más ir en aquel pasillo y el siguiente cruce de pasillos estaba pasando la luz azul. Me preguntaba si había otra persona más por ahí con una pulsera azul. Mientras caminaba alcé la vista atrás y no encontré a nadie, todo seguía silencioso como antes. Aún con mi leve agobio mental, seguí acercándome a aquella luz y mi tedio empezaba a crecer.
Ocurrió pues, que mientras mis leves pasos insonoros congeniaban en tiempo con los de las luces. Luz azul: pierna izquierda; luz amarilla: pierna derecha. Azul, izquierda. Amarilla, derecha. Intentaba mantener la calma por cada paso que daba, respirando profundamente. Aproximándome sucedió lo inesperado. Ambas luces empezaron a cambiar de color. Empezaron a mezclarse. Al estar al lado de la pared cóncava que crecía a mi derecha, ambas luces se tornaron verde. Acto seguido sonó un pitido que evocaba aceptación y se abrió un agujero ovalado en la pared. Sin pensarlo, crucé aquella abertura, oscura y misteriosa, ignorando lo que podría albergar.