Llegó al fin
la noche. Todas las luciérnagas han salido a jugar a ser estrellas a ras de la
alta hierba de verano. A ser estrellas fugaces de otros millares de insectos. A
ser los deseos de lo desconocido. Luciérnagas enamoradas. Luciérnagas
fastuosas. El viento mece las copas de los árboles, aquellos que albergan
criaturas emplumadas cuidando de sus pequeños, enseñándoles lo que es la
libertad, lo que significa tocar las nubes. Pronto. Pronto lo harán. Y llegarán
tan lejos como puedan, allende el mundo. Son buenos padres. Un futuro brillante. Y la noche clara.
Noche de Luna llena. Y la Vía Láctea, que, con sus millones de destellos,
variedad de colores, y eterno caos y cosmos, va de un extremo a otro, nos
observa. Cúbrenos. Siempre estás ahí, aunque no te veamos. Aunque no siempre te
sintamos. No pierdas la esperanza.
A lo lejos, los
grillos cantan. A lo lejos, el antaño mármol cubierto de maleza. Columnas que otrora fueran estimadas. Columnas que recorren tu espalda y el frío tacto se acentúa con la mirada. La niebla cubre ciertos rincones por derredor. Se eleva al aire y luego baja
lentamente. Parece un velo, un blanco velo lanzado desde lo alto de una torre,
de una fortaleza, desde un imperio cuya gloria no volverá. Con ella cubre todo. Se siente. Una pequeña
caricia. Dos. Tres. Te abraza. Te envuelve. Te protege. Te erizan los vellos de los brazos. Tragas saliva. Inspiras. Expiras. Te hidrata. Sobre ella lleva perfumes; de los más altos cielos, de los
recónditos rincones de la tierra, de las más oscuras profundidades del agua. El
olor a vida y muerte.
Sientes la humedad del ambiente. Acaricias tu cuello suavemente. La humedad que
empapa las rocas emplazadas a la orilla donde pequeñas ranas croan, buscando princesas y príncipes
están rodeadas de largos juncos y sauces, que con sus ramas acarician la superficie del agua, levemente. Sauces llorones, de ventura, o melancolía. Verdes fuegos fatuos
cabriolan sobre el sosegado lago que reflejan las estrellas, que refleja la
argéntica Luna. La Luna piensa que se baña en ella, parece danzar, parece
refrescarse. Lo hace. Plata tambaleante. Una bandeja de gran fausto. Está flotando. Pero, además, la
Luna reflecta el Sol. El Sol también está flotando en el lago, contemplando la
bóveda junto a los fuegos fatuos con la música de los grillos, de las aves, del
viento que peina los árboles. de las ranas y, finalmente, tu voz.
Melodía par
mis oídos. Ríete. Cogimos una pequeña barca. Juntos remamos. Dejamos el muelle
atrás. Tu silueta también baila en el agua. ¿Me concedes este baile acuático?
Sonríe. Estira los belfos. Arquéalos hacia arriba. No bajes la mirada. Mira
allá y acullá. ¿Cómo comparar unos ojos que cantan con unas maravillas que nos
miran? Tus mejillas ríen avergonzadas. Recuéstate en la balsa y mira al
firmamento. Míralo fijamente. Estrellas fugaces. Luciérnagas. Destellos efímeros. Somos también diminutos ¿Ves las estrellas fulgurar? ¿Ves los astros desplazarse? Hagámoslo también juntos. Toma
mi mano. Flota. Vuela sin volar. Volemos juntos. Fundámonos en un ósculo
allende el espaverso.
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