domingo, 19 de junio de 2016

Jardín inglés

Llegó al fin la noche. Todas las luciérnagas han salido a jugar a ser estrellas a ras de la alta hierba de verano. A ser estrellas fugaces de otros millares de insectos. A ser los deseos de lo desconocido. Luciérnagas enamoradas. Luciérnagas fastuosas. El viento mece las copas de los árboles, aquellos que albergan criaturas emplumadas cuidando de sus pequeños, enseñándoles lo que es la libertad, lo que significa tocar las nubes. Pronto. Pronto lo harán. Y llegarán tan lejos como puedan, allende el mundo. Son buenos padres. Un futuro brillante. Y la noche clara. Noche de Luna llena. Y la Vía Láctea, que, con sus millones de destellos, variedad de colores, y eterno caos y cosmos, va de un extremo a otro, nos observa. Cúbrenos. Siempre estás ahí, aunque no te veamos. Aunque no siempre te sintamos. No pierdas la esperanza.

A lo lejos, los grillos cantan. A lo lejos, el antaño mármol cubierto de maleza. Columnas que otrora fueran estimadas. Columnas que recorren tu espalda y el frío tacto se acentúa con la mirada. La niebla cubre ciertos rincones por derredor. Se eleva al aire y luego baja lentamente. Parece un velo, un blanco velo lanzado desde lo alto de una torre, de una fortaleza, desde un imperio cuya gloria no volverá. Con ella cubre todo. Se siente. Una pequeña caricia. Dos. Tres. Te abraza. Te envuelve. Te protege. Te erizan los vellos de los brazos. Tragas saliva. Inspiras. Expiras. Te hidrata. Sobre ella lleva perfumes; de los más altos cielos, de los recónditos rincones de la tierra, de las más oscuras profundidades del agua. El olor a vida y muerte.

Sientes la humedad del ambiente. Acaricias tu cuello suavemente. La humedad que empapa las rocas emplazadas a la orilla donde pequeñas ranas croan, buscando princesas y príncipes están rodeadas de largos juncos y sauces, que con sus ramas acarician la superficie del agua, levemente. Sauces llorones, de ventura, o melancolía. Verdes fuegos fatuos cabriolan sobre el sosegado lago que reflejan las estrellas, que refleja la argéntica Luna. La Luna piensa que se baña en ella, parece danzar, parece refrescarse. Lo hace. Plata tambaleante. Una bandeja de gran fausto. Está flotando. Pero, además, la Luna reflecta el Sol. El Sol también está flotando en el lago, contemplando la bóveda junto a los fuegos fatuos con la música de los grillos, de las aves, del viento que peina los árboles. de las ranas y, finalmente, tu voz.

Melodía par mis oídos. Ríete. Cogimos una pequeña barca. Juntos remamos. Dejamos el muelle atrás. Tu silueta también baila en el agua. ¿Me concedes este baile acuático? Sonríe. Estira los belfos. Arquéalos hacia arriba. No bajes la mirada. Mira allá y acullá. ¿Cómo comparar unos ojos que cantan con unas maravillas que nos miran? Tus mejillas ríen avergonzadas. Recuéstate en la balsa y mira al firmamento. Míralo fijamente. Estrellas fugaces. Luciérnagas. Destellos efímeros. Somos también diminutos ¿Ves las estrellas fulgurar? ¿Ves los astros desplazarse? Hagámoslo también juntos. Toma mi mano. Flota. Vuela sin volar. Volemos juntos. Fundámonos en un ósculo allende el espaverso.

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