martes, 5 de agosto de 2014

Experimento 4

  Entre mis muchos recuerdos, atesoro uno extraño y especial. No podría decir con certeza si realmente se tratase de uno. Puedo rememorar... que cuando vivía con mis padres en una pequeña casa, de lo más humilde, con las paredes de tablas de madera y tejado de tejas, cerca de una estación de tren abandonada no se por cuánto tiempo era por momentos, mi patio de recreo. Tengo unos recuerdos muy borrosos de ellos. Tendría entonces quizá 3 o 4 años por exagerado que parezca pero de algo soy capaz de acordarme.


 En ese patio que rememoro, los rieles se ahogaban entre la maleza que crecía alrededor de la estación y cuando se alejaban de ella parecía que un gigante hubiese bordado en la tierra. Además, la estación no era más que unos 6 pilares de hormigón sobre una plataforma sujetando un tejado rojo, oxidado por el fuerte sol del estío, sin bancos y sin entradas establecidas, como si de una parada de autobuses se tratase. La estación tenía sólo una línea férrea. detrás de la estación se encontraba el pueblo, la humanidad, y quizás en  una de esas casas que cerca se erguían, crecí yo por poco tiempo.

 Enfrente a la estación estaba la otra vida, la salvaje; un bosque cuyos árboles daban unas hojas con un verde muy vivo, por lo que recuerdo. No era lo que había en el interior lo que más me llamaba la atención por aquel entonces, sino que el recuerdo que mejor veo en mi mente era el camino que se formaba si seguías el trayecto por donde antiguamente pasaban los trenes. Adentrándome, dos veces, en mis recuerdos y en el pasado, por el camino los árboles crecían por ambos lados y poco a poco iban cubriendo el cielo con sus luengas ramas con esmeraldas hojas a la vez que el los rayos de sol intentaban penetrar por entre ellas. Yo, inocente de saber a dónde llevaba ese camino, me veía corriendo por él con una sonrisa en la cara mientras mis padres corrían detrás de mi. Por cada zancada que daba, mis pequeños pies se hundían entre las muchas piedras pequeñas que habían entre el par de rieles. Era yo quizá la locomotora y llevaba a mis padres en primera clase buscando grandes aventuras. Siempre acabábamos volviendo a casa cuando empezaba a hacerse tarde. Y no recuerdo más.

 A día de hoy sigo sin saber a dónde llevaba ese camino y no me gustaría saberlo porque sé que ese camino, incluso hoy, lo sigo recorriendo y no solo van mis padres sino todo el mundo a quién he ido conociendo a lo largo de mi vida. Muchos pasajeros se han subido en alguna estación para bajarse en algunas paradas más allá u otras incluso seguir todavía a bordo. La única diferencia es que ahora, soy una locomotora errante que no necesita rieles sobre los que avanzar. ¿Y por qué no? Yo también puedo ser un pasajero de otras locomotoras, convoyes o trenes de alta velocidad.

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