Al pie de la desnuda montaña, que debido a extraños motivos se tornó en un púrpura oscuro, había una mina abandonada. De la boca de la mina salían rieles, como si de la lengua de la montaña se tratase, muy oxidados y cubiertos de tierra en algunos tramos. Por derredor habían carros rojizos y negros tirados, abandonados y desperdiciados por sus antiguos dueños. Algunos picos corrían la misma suerte y se encontraban casi desgastados que uno podía llegar a confundirlo con una azada o similar. Apenas crecía la hierba y mucho menos se veían animales como las ratas o murciélagos.
Mientras tanto aún colgaba la lámpara sin cristales ni llama que antaño brillaba en la entrada de la caverna, el viento y hedor que expulsaba desde la entrañas de la montaña hacía de la lámpara la campanilla de aquel gigante de roca.
Mientras tanto aún colgaba la lámpara sin cristales ni llama que antaño brillaba en la entrada de la caverna, el viento y hedor que expulsaba desde la entrañas de la montaña hacía de la lámpara la campanilla de aquel gigante de roca.
Si por casualidad nos adentrásemos en la boca del lobo, llegaríamos a un amplio habitáculo que se ramifica en una decena de cuevas que posiblemente te llevasen a todos los rincones del soma. En aquel salón, donde la única luz que hay es gracias a una especie de hongos fosforescentes, apenas se ven las muecas de rocas arrancadas sobre la cabeza de quienquiera que se adentrase allí. Más carros, más picos y más linternas de gasolina y cosas similares cubiertas de firmes telarañas se podían encontrar por el suelo dondequiera que la vista llegase. Sin embargo la posibilidad de ver aquellos escombros por el suelo era una ardua tarea debido a una densa neblina que imperaba el aire hasta la altura de la cintura. Ni en los más antiguos cementerios se encuentra semejante mar. De una de las muchas cuevas que convergían salía aquella pesada masa blanca. Escudriñar es lo que debe hacer uno.
Los últimos años nadie se había adentrado más allá del susodicho habitáculo oscuro. Las leyendas locales contaban que cuando la mina estaba en funcionamiento, los mineros extirparon tan profundo en la tierra que despertaron accidentalmente al "demonio" de la montaña. Tal acto no contentó a su verdadero dueño que expulsó a toda persona que allí trabajaba con la necesidad de conseguir algunos cuartos para dar de comer a su familia o para ahorrar lo suficiente e irse de este desgraciado paraje, lejos de todo ambiente lúgubre.
Poca gente sabe a ciencia cierta si realmente se trataba de un demonio quien echó a los mineros. Dado que nadie vio nada, algunos dicen que fue la misma montaña quien expulsó a todos de allí con terremotos y lava si era necesario. ¿Es posible que la propia montaña cobrase vida? Tantos desgarros sufridos en sus carnes, el haber profanado hasta los huesos haya sido razón para que se desate la furia interior, como un volcán. Con toda probabilidad podría tratarse de uno.
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